Todos hemos tenido un vecino, un primo, un amigo o un “cuñao” de esos que, cuando te ven que te has comprado un coche nuevo, has arreglado tu casa o has conseguido un trabajo se ponen verdes limón. Que aún es más ácido y duro de tragar. El gesto se les torna en correoso y seco, así como al instante. En cuanto ven lo que has conseguido a fuerza de duro trabajo, esfuerzo y horas de menos en el sueño, les comienza a crecer un hueso en el estómago.
El hueso no les permite comer o dormir. Beber sí, vicios no se quitan ninguno, pues tienen la malsana costumbre de inflarse a “gintonis”, acudir con los amigotes a ver lucecitas de colores y darle mala vida a cuantos les rodean. Parece ser que el hueso tiene propiedades fantasmagóricas, psicodélicas, esquizofrénicas, incluso, mandándoles voces al cerebrillo para que destrocen el bien ajeno de la forma que sea.
Por desgracia, el deporte nacional de este país es la envidia. Estamos versados y entrenados. Superpotencia mundial y, a nivel local, hasta hay alguno que otro que es medallista olímpico. No pueden pedir las subvenciones a deportistas de alto nivel por aquello de unas deudas… pero cosa “de poca monta”, vamos. Que siempre han ido por lo legal y no con el parche. Que nadie piense lo contrario, ¿eh?, que todos tenemos malas rachas.
Se ve que entre el hueso, las voces, el limón y los “gintonis” son capaces de generar una especie de superpoder y, por primera vez en su vida, éste les permite ponerse a trabajar con tesón y seriedad. Llegados a este punto, el mundo pensará que el “cuñao”, colega, primo o vecino meticón traerá dineros a casa e implementará un cambio en su modo de vida… pero no.
Al final, porque parece que la suerte les sonríe, a ti te acaba abollando el coche un individuo sin seguro, la casa se te inunda y te echan del trabajo porque alguien hace una llamada anónima diciendo que, en el 38, tu abuelo no mató a medias un gorrino con el abuelo del jefe.