Federico Zaragoza Alberich. Portavoz de Compromís per Santa Pola.
 

La sospecha extendida

 
Viernes 15 de febrero de 2013 0 comentarios
 

Sospechamos de la presunta corrupción de cada político, concejal o diputado de la provincia, del País Valencià o del Estado, porque nos han hecho desconfiar de nosotros mismos, dejar de creer en nosotros mismos como colectivo.
De nuestros políticos, que ganan esas cantidades de dinero inadecuadamente enormes, y que, como dice la diputada de Compromís Mónica Oltra, son tan ricos que no notan que les han ingresado 7.500 euros. De nuestros jueces, que son tan lentos, que los mayores escándalos económicos, llámense Gürtel, Emarsa, Bárcenas o tantos otros, tardan años y años en llegar a juzgarse, frenados por cortapisas, triquiñuelas o presuntos sobornos. De nuestras leyes e instituciones, del mismo andamiaje del Estado, que creíamos obra de todos y todas, construido a partir del final del régimen de Franco, y resulta ser obra a medida de unos caciques atrincherados en el mismísimo siglo XIX, en los gobiernos autonómicos que se venden a buen precio, con la excusa del empleo, a cualquier capital mafioso americano, o en las Diputaciones, en la de Orense, en la de Castellón.
Y la responsabilidad de esta sospecha constante, de la que la historia no les absolverá, la tienen los partidos que llevan estas décadas repartiéndose la tarta, y todos los que a sabiendas tengan y mantengan corruptos y corrupciones, unos más que otros, claro que sí, pero todos indecentes en su menosprecio del dolor que produce en la vida de los trabajadores el paro sin esperanza. Y no le harán estos personajes ningún favor al futuro de nuestra democracia, ni probablemente a su propia defensa, si es que llegan a comparecer ante un juez, acusando -y tú más- a todos los colegas políticos que gobiernan de corruptos por el hecho de ser políticos (“Todos los políticos que gobiernan son corruptos”, dicen). No se es más inocente porque el vecino sea igualmente culpable.
No podemos volver a creer en estos personajes, en su imagen de bronceado y gimnasio, en sus corbatas de colorines y sus trajes de uniforme de colegio caro, en esta casta cerrada y cada vez más lejana, si alguna vez ha sido cercana, que ha perdido el rumbo, que no sabe ya ni dirigirse a sus cada vez más improbables votantes en un lenguaje comprensible y verosímil. No podremos creerles, desde el estremecimiento espeluznante de nuestros seis millones de parados, que son nuestros porque les conocemos personalmente, pero que para ellos son solo cifras. No es posible pedirle a los españoles de a pie que sigan creyendo ese mensaje que intentan colarnos los mismos políticos cada vez más desprestigiados, cada vez más torpes ante las cámaras.
En este país cobrar enormes cantidades de dinero puede con cualquier cansancio: aquí no dimite nadie, mientras los bancos, impertérritos, echan a la gente de sus viviendas que creyeron suyas por derecho y resultan ser legalmente de los que todo lo poseen, también nuestras casas.
Y las velas las aguantamos todos y todas los que no tenemos los dineros negros manchándonos las cuentas. Porque esos dineros negros robados a todos los españoles están en otras cuentas, cuentas de paraísos lejanos a nombre de unos pocos ladrones. Y no se convocan inmediatamente elecciones anticipadas, porque claro que hace falta una regeneración democrática, pero no la que propone el propio PP en boca de Esperanza Aguirre. Cómo se atreven. Si han sido ellos los que han ensuciado la democracia con sus manazas sucias.

 

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