María José Sánchez Fernández. Arqueóloga. Ex directora del Museo del Mar y de la Pesca
 

Don Francisco Conejero ‘In memoriam’

 
Viernes 14 de agosto de 2015 0 comentarios
 

Esta mañana sonó el teléfono. Era mi compañero Juanba que me felicitaba por mi cumpleaños. Pero no. El verdadero motivo de su llamada era para darme la noticia más inesperada: Paco Conejero ha muerto. Un escalofrío recorrió mi espalda. Una ola de tristeza. Un conglomerado de recuerdos en desorden.
Conocí a don Francisco, a Paco, cuando me contrató el Ayuntamiento de Santa Pola para crear el Museo Arqueológico en el ala sur del Castillo. Debo decir que cuando el Concejal de Cultura me lo presentó, yo, novata como era en el trato con políticos, me quedé muy sorprendida al ver a aquel alcalde tan joven, vestido con un traje de color beige, con esa chispa en la mirada que hacía intuir detrás de aquellas gafas una extraordinaria inteligencia. Me deseó suerte en mi nuevo trabajo y yo se lo agradecí tímidamente.
Era comienzos de los 80, años de utopías y precariedad, en los que nos sumamos, junto a otros colegas, al reto que suponía el nacimiento de nuevos museos en la provincia de Alicante, en un momento de gran efervescencia política, en aquellos años en los que casi todo estaba por hacer.
Debo confesar que en los inicios de aquel incipiente Museo, don Francisco fue un gran facilitador frente a la maquinaria burocrática del Ayuntamiento. Él resolvía, solventaba, solucionaba obstáculos ya que tenía claro que quería inaugurar las cuatro salas cuanto antes, para que las piezas arqueológicas halladas en las excavaciones se quedasen en Santa Pola.
Poco a poco nos fuimos conociendo en su despacho de alcaldía, en el que rápidamente yo le daba cuenta de como iban los trabajos: el Museo, el Castillo, las excavaciones del Portus, la Villa romana del Palmeral. Le convencí de la necesidad de delimitar el área arqueológica en el Plan General de Ordenación Urbana de 1984, con el fin de proteger los restos que iban apareciendo, a lo que accedió de buen grado. Eran años en los que, como he señalado anteriormente, estaba casi todo por hacer. Era el comienzo de los Ayuntamientos democráticos de ilusión y trabajo, además de un disfrute personal, eran las recetas a aplicar en este caso para suplir tantas carencias. Puedo asegurar que tanto de lo uno como de lo otro aportamos grandes cantidades.
En el transcurso de esos años se desarrolló entre nosotros un fuerte aprecio personal e intelectual, así como una confianza mutua que se manifestó en multitud de ocasiones. Un día le presenté la idea de crear en Santa Pola una Escuela Taller para la restauración del patrimonio histórico y su respuesta siempre era la misma: y esto cuanto nos va a costar. Le argumenté la rentabilidad del proyecto en aras de conseguir formación para 50 alumnos y diez puestos de trabajo para el equipo de dirección. Nuestra primera actuación fue la restauración del Molino de la Calera, que vino seguida de otras muchas, que para mí siempre estarán ligadas a su nombre. Las múltiples sesiones de trabajo, necesarias para la consecución de aquel fin fueron otras tantas oportunidades que me permitieron valorar la extraordinaria capacidad de su mente, lo cual facilitó de sobremanera la tarea de llevar a cabo los proyectos. A la tarea de Alcalde dedicó muchos años de su vida, que bien puede decirse que configuran la época de plenitud de su horizonte vital.
Después dejó la alcaldía, a la que volvería tras ganar de nuevo las elecciones varios años después.
Era un hombre divertido que, a los que tuvimos la suerte de trabajar con él, nos legó un amplio anecdotario que daría para publicar un volumen. Aún recuerdo el traslado del Ayuntamiento del Castillo a su lugar actual, en cuya organización participé junto a otros compañeros, inauguraciones, eventos culturales… De él aprendí, no sólo a llevar a cabo mi trabajo en el Ayuntamiento, sino valores morales, sentido del humor…
Me unieron a Paco estrechos vínculos, producto de múltiples coincidencias, sin servidumbres a lo que no fuese auténtico, a la simulación y menos al fingimiento. Siempre le dije lo que pensaba aunque no fuera lo que le gustaba oír y al final me lo agradecía. Por ello nada extraño tiene que del trato político surgiera una relación de amistad de la que no era ajeno el sentimiento de admiración por su personalidad, por su inteligencia, por su capacidad de visión.
Le vi por última vez en la cena que me ofrecieron mis compañeros y amigos por causa de mi jubilación y hoy hace justo un año que con motivo de mi cumpleaños me envío un precioso ramo de rosas virtual en el que me deseaba felicidades.
Hoy quiero recordarle en estas páginas, en una época en la que desgraciadamente se producen olvidos, marginaciones y desaprovechamiento de brillantes políticos.
Para concluir me gustaría expresar un deseo: que allá donde estés te sientas orgulloso de tu labor como Alcalde y como persona y que cuentas con el respeto a tu memoria de los que te ayudamos a trabajar por una Santa Pola mejor.

 

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