Cuando lleguen a vuestras manos estas líneas, queridos amigos, ya habrá pasado la fiesta de los Reyes. Es la traca final del excesivo consumo navideño que año tras año acusamos pero que no sabemos frenar.
¿Por qué consumimos tanto? Por paradójico que parezca, quizá haya en esa alocada carrera de comprar y comprar sin límites un afán de libertad y de plenitud, incluso de felicidad. Pero hemos equivocado el camino. Cuanto más consumimos, además del mal perder mucho dinero más amarga nos deja la boca la resaca de una felicidad que vemos que se nos escapa entre los dedos de las manos como una anguila resbaladiza.
Cuanto más rebosantes están nuestras despensas y más atiborrados nuestros frigos, menos disfrute de las cosas sencillas y buenas. Cuanto más
colmados de cosas nuestros armarios, tanto más vivo el gusanillo que nos roe de querer tener más.
Sí, hemos equivocado el camino. Los mayores para sacarse el aguijón de la necesidad pasada, que tampoco era buena, pero no quedan satisfechos. Y los más jóvenes no saben apreciar el valor de lo que tienen en abundancia.