eñor director:
El novelista italiano Tomasso di Lampedusa pone, en boca del príncipe de Salina, protagonista de El Gatopardo, esta lapidaria frase que, desgraciadamente, es una verdad más grande que la Basílica de El Vaticano: “Todo ha de cambiar para que todo continúe igual”.
En otro paraje de la novela, Salina le dice al nuevo representante del Gobierno de la Italia Unificada (que procede del norte de Italia): “Ustedes están llenos de muy buenas intenciones, pero aquí en Sicilia fracasaron. El pueblo no quiere cambiar, el pueblo es como este paisaje: árido, seco y de calor insoportable. Yo conozco bien a este pueblo, indolente y apegado a unas tradiciones que no abandonará nunca”.
En España ocurre igual durante siglos. Aquí no hay deseos de cambio salvo en una minoría. En nuestro país no mandan los políticos, mandan los bancos y los grandes empresarios. Además, estamos controlados, sujetados y vigilados por el FMI y el BCE. No hay nada que hacer. Fijaos en lo acontecido en Grecia.
¿Qué en España existe democracia? Bueno, si por democracia entendemos que cada cuatro años tenemos que ir a las urnas a votar a José o a Pepe, a Juan o a Iván o a Francisco o a Paco, pues sí: tenemos democracia. Ahora bien, si se te ocurre exigir un referéndum sobre tal o cual cosa que nos afecta económicamente o que se cumpla ese artículo de la Constitución de 1978 en el que se nos dice que “todo español tiene derecho a una vivienda digna y a un trabajo estable”, entonces eres malo y hay que callarte.
¿Para qué ir a votar? ¿Por qué poner nuestras esperanzas en tal o cual partido si quien realmente gobierna es “poderoso caballero, don dinero”?
Como soy enemigo de todo tipo de violencia y no creo en la justicia humana, sino en la divina, adopto la postura de la resistencia pasiva: no votar a nadie, sea de izquierdas o de derechas.
En España, tras la muerte de Franco, todo cambió para continuar igual, no sólo cuando el general vivía, sino cuando vivían Fernando VIII, Felipe II o los Reyes Católicos.