Bernardino Gago Pérez
 

MI DEFINITIVA DESPEDIDA A DON LUIS MARCOS

 
Viernes 24 de abril de 2015 0 comentarios
 

n una mañana llena de sol del 20 de abril en esta floreciente primavera de Pascua florida, el Paso de la muerte a la vida de Cristo resucitado, ha pasado a la Casa del Padre nuestro amigo y compañero Luis Marcos Redondo, el mestre profesor de matemáticas y director d`escola, hoy colegio público de Hispanidad en esta población.
¿Quién no conoce a don Luis con un don bien merecido desde su llegada a esta tierra levantina? Procedente tiempo ha del país vasco donde se casó con su amada Geles, Gelines y con sus tres hijos Luis Ángel, Raquel y Sonia, pronto se incorporó a la sociedad santapolera. Como hombre fecundo y siempre dispuesto a todo tipo de actividad, fue conocido siempre en labores educativas, sociales, políticas y religiosas. A este hombre bueno, castellano viejo de Burgos, con los pies en la tierra pero con su espíritu en el cielo, de recia fe y esmerado cumplimiento cristiano, lo conocí desde el principio sin mi vinculación aún con esta villa marinera. Pronto congeniamos en muchas ilusiones menos en política. Nuestro trato comenzó a echar raíces que se fueron poblando como árbol gigante cuando mi carro quedó atrapado, atollado entre los hondos surcos de la vida. Y él me ayudó a sacarlo con sus consejos y oraciones al Altísimo. Te debo mucho, Luis, y bien sabemos ambos que te has ido con muchos sentimientos y secretos compartidos.Pasábamos nuestras vacaciones en tierra leonesa por mi afinidad de paisanaje con Angelines y nos veíamos con frecuencia en tertulias de terraza en una villa vecina, lo mismo que nuestros hijos respectivos Luis Ángel y Fernando, buenos amigos adolescentes y hoy ambos policías local y nacional, lo hacían en sus excursiones de bicicleta. Y allí en el lindo pueblito de Geles, Méizara, próximo a la Virgen del Camino de León, saboreábamos en su bodega queso y chorizo con hogaza de pan de pueblo y jarra de buen vino a lo Berceo, como dijera el riojano trovador de la Virgen, cuando buscaba la palabra adecuada en su román paladino, para el buen rimar,en el poyo de su puerta al pie de la emparrada pared junto a la higuera: bien valdrá como creo un vaso de bon vino.
Al margen de su escuela, Luis lo era todo en ambientes eclesiales; en cualquier actividad allí estaba él siempre con la palabra precisa en sus intervenciones: tertulias de Radio María, apostolado seglar, catequesis, reuniones, charlas, conferencias, retiros en casa de espiritualidad de Elche; y allí me arrastraba a mí a Alicante y hasta Murcia. No puedo olvidar la emoción que me envolvía al escucharle su proclamación de la Palabra de Dios, su mística concentración eucarística. ¡Cómo lo vivía el hombre! Y ¡qué decir de su devoción y beatitud al administrar la Eucaristía! Aún recuerdo su satisfacción al recibir la credencial episcopal de ministro extraordinario de la Comunión. Con qué cuidado la envolvió en el plástico para que otros hicieran lo mismo.
Luis, hermano, me quedan tres recuerdos imborrables: nuestra despedida en tu casa tras recibir, con tu fervor característico, la comunión de manos de don José y en la clínica con plena lucidez en dos ocasiones, la una leyéndote, tras tu petición, la hora de Laudes y la otra y última con una palmadita suave en tu mejilla izquierda donde te dejé mi huella de amor profundo. Llévalo a tu mansión eterna y pide a Dios por mí como lo hiciste en la terrena. Que aquí quedan los tuyos, Angelines y tus tres hijos, envueltos por el aura de tu espiritualidad en la paz de Cristo Eucaristía y con la protección de su santa Madre a quienes amaste con delirio, al uno con tus comuniones y a la otra con tus reiterados rosarios. Hasta siempre, amigo Luis. Descansa en la paz eterna de Dios.

 

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