Bernardino Gago Pérez
 

LAS DOS, LAS TRES

 
Lunes 11 de septiembre de 2017 0 comentarios
 

Hace unos días en una amena charla con una exalumna de bachillerato, ejemplar estudiante y mujer sabia, salió a colación el trato dado a solteros que, de correcto ha pasado a extravagante y cada vez más acuciante en este primer cuarto de siglo con el consabido uso del “os – as”, salido, en principio de boca femenina en ambiente político y extendido, para más inri, no solo en el coloquio sino en el medio escrito religioso. La conversación giraba en torno al trato dado, cada vez más proliferante, por camareros a consumidores en terrazas, cafeterías, restaurantes y hasta en comercios:-Usted ¿qué desea, caballero? ¿Y usted, señorita?. La consabida mujer -Woman- recordaba mis explicaciones de los accidentes del nombre, masculino y femenino, singular y plural. Y, más aún, me dio lecciones de lo admitido hoy en día por la Real Academia Española: ya no sirve el masculino en -o y en -e ni sus correspondientes plurales para determinar a diferentes sujetos y hasta objetos pues a éstos se les aplica también un determinado sexo. Pero ¿quién se ha inventado tal disparate gramatical que ha afectado a los formantes (artículos) no sólo determinados sino también a los indeterminados? ¿Qué autoridad académica metió en ello la pluma? Ninguna sea dicho en verdad. ¿Que el pueblo puede usar palabras como inventor de las mismas? Bien es cierto porque el hablante tiene poder con su pensamiento para crear su propia lengua; pero no es nada cierto que pueda contravenir en su creación la norma lingüista establecida por la autoridad competente. ¿Dónde vamos a llegar?
Quiero recordar que la primera dicotomía fue un disparate mayúsculo de la primera mujer de Felipe González, entonces diputada en cortes y profesora de lengua de IES, por la norma paritaria del partido (otra tontería) pero el más renombrado, para hacer cambiar de color a la más pintada, fue el de otra diputada y hasta ministra de no sé qué con su doblete miembros/ miembras, todo debido a la fuerza pujante del feminismo -¿por qué no feminisma- Tal disparate disparató las mentes de una manera aberrante hasta tal punto que hasta hoy en día se oye, se lee por doquier a hablantes y a escritores de pro en tribunas y en periódicos, en el medio hablado, en el medio escrito ese uso mal sonante que se filtra en todos los cerebros y los contagia erróneamente de su torpeza.
Dejemos el “miembros – miembras” y vayamos a otros adjetivos y participios de presente – que a muchos les sonará a chino (perdón por el vocablo que no tiene intención ninguna de ofensa) como comensales; ¿por qué no comensalas?; conductoras. ¿Qué diferencia hay entre esta palabra y la anterior? Formalmente ninguna. Ambas proceden de su singular terminado en consonante L / R. Otras: estudiante; ¿Por qué no estudianta?; asistenta. ¿Qué diferencia formal hay entre la una y la otra? Ninguna: la primera del verbo estudiar, la segunda de asistir. Yendo ya al disparate preconcebido, llegará el día en que los gerundios se contagien de los nombres Amando / Amanda, de donde armando; y ¿por qué no armanda?
Los “cristianos” siempre se concibió como adjetivo sustantivado por el artículo o sin él: las personas cristianas, los fieles cristianos como el conjunto de almas que siguen la doctrina y los mandatos de Cristo. Pues igual sugiere el conjunto de ciudadanos. ¿Por qué el uso machacante de ciudadanía para referirse al conjunto objetivo, concreto de individuos de una determinada especie humana? El sustantivo ciudadanía indica una abstracción de ese conjunto dado indicando una cualidad humana de tal conjunto para pasar en segundo lugar, por el uso de la lengua, al número de individuos de determinada procedencia. Pero se ha puesto de moda y lo tenemos hasta en la sopa. ¿Por qué no cristianía? Alguien dirá: ya tenemos cristiandad, hermanos, hermanas.
Los que mayor palo reciben en el habla, que es la expresión, el uso hablado o escrito de la lengua, al margen del indeterminado o numeral indefinido: un / una; unos / unas, son los artículos determinados: el, la, los, las que acompañan al nombre y sirven para sustantivar cualquier elemento oracional y hasta el neutro lo: lo bueno / lo malo> la bondad / el mal. Pero lo que ya llega al ridículo es la contumacia en el lenguaje político o periodístico en el abuso de la adjetivación: los militantes, ¿las militantas? Por favor, no destrocéis la rica lengua española. Si volvierais a vuestro bachillerato, quien lo tenga, de seguro que no aprobaríais ni con dos suspensos, que lo admite el conglomerado de los miembros del Congreso, vuestras reválidas de la ESO.

 

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