Antonio Baile Rodríguez
 

De la Venus de Willendorf a la Nancy

 
Viernes 23 de junio de 2017 0 comentarios
 

El premio Nobel Gabriel García Márquez en su libro “100 años de soledad” nos informa que hubo una vez en la que el mundo era tan reciente que las cosas no tenían nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Los primeros humanos empiezan a recorrer y a conocer ese mundo en el que cada sexo asume una serie de roles en función de su fisiología. La existencia de obesidad localizada en determinadas partes del cuerpo de la mujer es un hecho constatado desde los orígenes de nuestra especie. La Venus con cuerno que presenta una exasperación de las formas grasas, la de Willendorf del periodo Aurignaciense, la de Menton con un sabor ingenuo de industria casera, la de Lespugue tallada en colmillo de mamut: nos muestran un culto a la fertilidad y a la Diosa-Madre, y la acumulación de tejido adiposo en distintas partes de su anatomía. Las hijas de Zeus y Eurymone que Rubens recrea en “Las tres gracias” nos informan del canon de belleza femenina del barroco consistente en mujeres entradas en carnes, pero proporcionadas y elegantes que ha sido la constante a lo largo de la historia de la evolución del hombre.
A partir de los años cuarenta del siglo XX empieza a proyectarse una falsa imagen de mujer independiente que empieza a salir del hogar y en el que el papel de madre va ocupando un lugar secundario, icono que representaba Mariquita Pérez una muñeca que se convirtió en el sueño imposible de la mayoría de niñas españolas ya que cuando el salario medio era de 10 pesetas diarias el precio de la coqueta muñeca “que se viste de verdad” era de 100 pesetas unidad. Esta muñeca que acudía a los lugares de moda y se codeaba con los personajes de mayor relieve social, económico y político llegó a todos los hogares españoles, aunque sólo fuera a través de canciones, programas de radio o la imagen en los escaparates. La Pepona que costaba 5 pesetas apostaba por el rol de mamá que seguían asumiendo las niñas. A finales de los cincuenta, aunque a España llegó en 1978 aparece la Barbie, una muñeca polifacética que se sitúa en la línea de la “igualdad” de hombres y mujeres exhibe un componente sexual de “mujer 10” que la lleva a ser detestada por las feministas y venerada por las “drag queens” o “reinonas”. La Barbie fue la respuesta interesada de la sociedad dirigida por los hombres a Gilda esa “mujer fatal” que siembra la desgracia a su alrededor, una Rita Hayworth que sabe que Johnny Farell sólo pretende vengarse de su amigo haciéndola infeliz y que visten de satén negro y guantes de piel del mismo color –símbolo del sadismo- para deshumanizarla y justificar la bofetada pública que le propina Glenn Ford que representa el mito de Edipo matando a su protector. La Nancy que como todas “las muñecas de Famosa se dirigen al portal” es la variante española de muñeca que puede ser azafata, ejecutiva, profesora, enfermera o tu amiga y hermana mayor; sin embargo, la Iglesia y Franco le eliminan el componente de mujer objeto de su amiguita americana y le dan más proyección a la función de madre, la hacen más sexuada y proporcionada con la realidad española que consiste en una disminución del pecho y más ancha de caderas.
En estos años la liberación de la mujer parece un hecho en muchos aspectos, aunque creo que es un espejismo porque ésta sigue siendo prisionera de unos ideales de belleza que hoy abogan por la extrema delgadez que llega a ocultar las formas femeninas naturales. Unos paradigmas creados por el hombre que hoy generan miles de millones de beneficios y que mantiene a muchas mujeres sometidas a esa dictadura de la moda que echa mano de su poder para imponer una tiranía estética que ya alcanza a algunos hombres, cuando ser bella y sexy no está en contradicción con utilizar una talla 44 o una 56. Al grito ¡¡abajo la liposucción y arriba las cartucheras!! las féminas deberían reivindicar un biotipo de mujer culona con caderas anchas y pistoleras que estuviera más acorde con los requerimientos de su fisiología para afrontar con éxito las diferentes etapas de su vida. Primero el periodo fértil en el que unas buenas caderas favorecerán entre otros el momento del parto y después la fase climatérica en la que la disminución de estrógenos de procedencia ovárica es compensada con los que se producen a partir de la acumulación de grasas en la zona alta de los muslos
Hoy, también, está vigente un discurso en el que se minusvalora el papel de madre y cuidadora frente a otros roles que desempeña la mujer porque son trabajos sin remunerar. De esta minimización se pueden aportar varios ejemplos puntuales como el de la ley que se aprobó hace unos años por la que toda mujer que tenga un hijo menor de tres años y tenga un trabajo remunerado tiene derecho a una paga mensual; en cambio, otra mujer madre de un hijo menor de tres años si no cumple el requisito de tener un trabajo por el que perciba un sueldo no tiene derecho a esa paga. Incongruentemente para adquirir el derecho al cobro de la ayuda por tener hijos menores de tres años prevalece el rol de mujer-asalariada al de mujer-madre. Otro ejemplo de la poca importancia que desde las diferentes instancias de poder se quiere aparentar que tiene la maternidad estriba en el hecho de que en algunos convenios el derecho a “libranza por lactancia” puede disfrutarlo la mujer o el hombre indistintamente. Si se quiere dar al padre una libranza para fomentar la conciliación de vida familiar y trabajo o ayudar a los cuidados de la cría llámese al permiso de otra manera, pero en esos primeros días la figura de la madre al lado de la cría es fundamental; además de que tras el embarazo y el parto necesita recuperar fuerzas, que su cuerpo retorne a las condiciones anteriores a la gestación y un periodo de adaptación a su nueva situación. El don de la mujer en su proyección de “hacedora de la especie” debe ser respetado y ennoblecido. En cambio, esa capacidad que por su biología tiene de concebir, gestar y dar luz a un nuevo ser y que el hombre no posee es razón suficiente para que se considere estas funciones de secundarias y un ejemplo de la primacía de lo masculino sobre lo femenino, aunque el discurso que se emite desde los centros de poder parezca indicar lo contrario. La lucha que las mujeres vienen sosteniendo por la igualdad no debe concebirse sin la aceptación de la natural diferencia respecto al otro sexo, todo lo que suponga renunciar o secundarizar los roles que por su fisiología puede realizar es dar un paso atrás y seguir sometida a los dictados de una sociedad dirigida por hombres y para hombres. Una mujer cuando se integra en colectivos laborales, sociales o culturales “propiamente masculino”, debe mantener su feminidad para alcanzar la igualdad desde el mantenimiento de la diferencia y no desde la imitación. La igualdad desde la diferencia y la reciprocidad es la única posible que no establece dominio de un sexo sobre el otro porque indica y mantiene que hombres y mujeres somos distintos pero complementarios.

 

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