Se atacó el campamento cristiano instalado en la Playa de Levante. Pese a la dura y enconada defensa, la bandera de la media luna ondeó sobre las torres del Castillo al final de la jornada. Hasta tres oleadas aguantó el bando cristiano, atacando con fuego de arcabucería e, incluso, llama viva. De esta forma comenzaban los tres esperados días de Moros y Cristianos.
Como bien prometía Vicente Valero, embajador del bando cristiano y coordinador del Desembarco, se ha ganado en vistosidad y espectacularidad para las miradas. Luchas bien coreografiadas donde hasta el último de los participantes, daba todo. “Lo mejor”, comentaban algunos luchadores, “es que nadie quiere morir al primer choque, por lo que año tras año prolongamos más la batallas. El objetivo no sólo es que el público disfrute, también nosotros”.
Embajadas
Una vez en el Castillo, el Embajador Moro, interpretado por Jerónimo Buades, pidió la fortaleza a los Cristianos. De esta forma, la pólvora copó el epicentro del acto, con la batalla de cañones y arcabuces, que dieron la victoria a las huestes Moras.
El día dos tuvo lugar la esperada Reconquista, los papeles se invirtieron y fue Vicente Valero quien pidió la Fortaleza, pero no obtuvo pacífico acuerdo. “No hemos de ver más sangre ni más muerte, ahogando en la desgracia a nuestros pueblos”, declamó el representante del bando moro, quien pidió se designasen paladines para dirimir, en singular lid, la contienda.
Y, con Alan García (cristiano) y Estéban Molina (moro) llegó el auténtico show. Proyecciones, combate a mando desnuda, saltos y caídas desde una tarima de más de metro y medio de altura... en resumen, una coreografía que nada desmerece a las que se pueden contemplar en una superproducción hollywoodiense.
Nuevamente, se confirma que la fiesta evoluciona, que está viva, que el relevo viene con fuerza.