No hay día del año, haga frío o calor, en que Pedro Rico no vaya al puerto pesquero de Santa Pola. Y es que de sus cuidados dependen unos diez gatos que alimenta y mima. “Me gustan mucho los animales y a veces mi mujer me dice que parece que quiero más a los gatos que a ella, por el tiempo que paso con ellos”, comenta con humor.
Y aunque parezca exagerado el comentario de su esposa, lo cierto es que además de mucho tiempo, Pedro Rico –redero jubilado– invierte bastante dinero en atender a los mininos del puerto. Así, les compra sacos de pienso, arena y hasta, cuando las madres van a parir, les prepara un acogedor sitio en la caseta. Eso sí, también cuenta con la colaboración de los pescadores. “Les pido pescado diciendo que es para los animales, y siempre me dan algo”, comenta.
Ha logrado, incluso, que alguno de los animales recupere su vitalidad. “Teodoro llegó del pueblo destrozado, y ahora parece otro”, cuenta con satisfacción. Nada más intuir su presencia, los animales se acercan e incluso se tumban al sol esperando sus caricias.
Les pone comida junto a un banco y cada día se ocupa personalmente de barrer en el entorno para que la suciedad no se vaya acumulando. Algo que quiere denunciar es que, en ocasiones, chavales jóvenes “tienen como entretenimiento matar gatos y tendrían que cogerlos y, por lo menos, ponerles una multa”, señala.
Pero Pedro Rico no es el único que cuida de los gatos en el puerto, una sobrina suya también se ocupa de los mininos e incluso ha llevado al veterinario a algún animal que, debido al polvo de plomo que se descarga de los barcos mercantes, incluso se ha quedado ciego.
Así, pues, Pedro Rico asegura que seguirá visitando cada día a Teodoro, Misha y al resto de sus gatos marineros porque el cariño con el que los animales le reciben compensa con creces su esfuerzo.